Las clases virtuales nos van dejando diversas enseñanzas a lo largo de esta realidad de vivir en pandemia. Este distanciamiento social, esta “ausencia en el espacio físico escolar” nos demostró que la educación socioemocional es una materia pendiente, -como tantas otras-.
Una de ellas, y a nuestro juicio, de las más importantes, es que debemos darle su justo lugar a la salud mental. Está bien hablar de nuestras emociones, de lo que sentimos y de cómo se sienten los demás; y no solo en este particular momento de nuestras vidas, cuando regresemos a la presencialidad debería seguir siendo parte de la dinámica en el aula. Empatizar es cuidarse, poder conectar con cada niño y niña desde ese espacio tan íntimo es fortalecer su autoconfianza, es cuidar su salud mental hoy y para el futuro.
La segunda y no menos importante era algo que ya sabíamos y no nos toma por sorpresa. No estamos al día con las plataformas educativas tecnológicas y peor aún, no estamos preparados curricularmente para llevarlas a cabo. Nuestros profesores hicieron un esfuezo encomiable para estar a la altura de las circunstancias, pero necesitan profundizar más allá de los conocimientos básicos sobre como navegar en las plataformas, para poder sacar el mejor provecho de ellas.
Algo que ha sido palpable, es que la enseñanza no tiene porque ser rigida, una clase virtual de 20 minutos puede ser tan buena o mejor que una de 45, una clase de ciencias sociales impartida en la glorieta del parque tiene mucho más valor experiencial para el aprendizaje de nuestros estudiantes que la ejecutada dentro del aula.
Las prioridades cambiaron con la pandemia y muchos aspectos de la vida escolar, – que antes eran secundarios- pasaron a tener relevancia. Con actividades asincrónicas (que pueden desarrollarse tanto en la casa como en los espacios comunitarios) y el aprendizaje formal (ya sea presencial o virtual) podemos lograr aprendizaje de calidad.
Es un buen momento para potenciar al docente como un guía y no como la fuente única de conocimiento, continuar profundizando la despersonalización del aprendizaje y potencializando las tantas habilidades y recursos que cada niño y su entorno tienen para ofrecer, involucrando a sus familias como un componente activo, logrando crear verdaderas comunidad educativa.