«Hombre soy, nada humano me es ajeno», Terencio; 194 A.C

Robert L. Pitman y John W. Durban, científicos investigadores de la Universidad Estatal de Oregón realizaban un estudio sobre las técnicas de caza  las orcas y durante el proceso de observación descubrieron un comportamiento bastante intrigante. Lograron filmar cómo una ballena jorobada transportaba sobre su vientre resbaladizo a una foca.

La ballena se había convertido en su “bote salvavidas”; se dio vuelta para que ella pudiera escapar de un grupo de orcas que le querían “para cenar”. El improvisado bote falló y la foca irremediablemente cayó al agua, pero la ballena no se daría por vencida y no tuvo mejor idea que utilizar sus imponentes aletas para franquear la llegada del diminuto animal hasta una placa de hielo segura y así salvarle de sus depredadores.

No es ficción. Está documentado y es espectacular porque nunca se había visto a un animal proteger de tal manera a otro sin que fuese su propia cría, parte de su grupo o incluso de su propia especie. Entonces, si su comportamiento no tiene que ver con la genética o la perpetuidad de su especie, ¿qué pasó realmente? ¿ha pasado otras veces con otras especies? Y la mejor pregunta, ¿desde cuándo? Puede ser instinto solidario, una reacción generosa ante una situación de peligro vivida por otro, compasión o la llamada empatía, algo que considerábamos “muy humano” y que, por lo visto, no es nuestro de manera exclusiva.

Y es que tal como define la Real Académia Española, la empatía es la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos, es la habilidad cognitiva y afectiva de poder coprender los sentimiento y emociones de los demás, lo que implica que esta es una facultad indispensable para desarrollar la compasión. Esa sensibilidad por los sentimientos de los demás es lo que propicia los vínculos emocionales entre animales y entre las personas, es lo que en ciencia se cataloga como contagio emocional y qué importante es tener en cuenta que nuestras emociones, nuestras acciones a partir de estas emociones y estados de ánimo influyen en otros, los perciben, se apropian de ellos. Simplemente se “contagian” de nuestras sensaciones y formas de ver y actuar en la vida.

Cuando nos despertamos día a día teniendo la clara intención de ser mejores personas y evitar hacerle daño a los demás, ponemos en ejercicio la empatía. Ese deseo intrínseco de hacer el bien es algo que nos debería caracterizar como seres humanos; tal como pasó con la foca y la ballena, ayudarnos entre nosotros, ponernos en los zapatos del otro y comprender sus circunstancias es el regalo diario que todos podemos dar y con ello fomentar que este “contagio emocional positivo” se multiplique y sea sostenible en el tiempo.

Los países desarrollados tienen varias cosas en común, podríamos hablar de sus altos estándares de vida, su economía, el acceso y calidad de los servicios públicos, sin embargo, pasamos por alto algo elemental: la manera en cómo se tratan unos a otros.

Son respetuosos con las leyes del tránsito, tienen conciencia sobre la importancia de cuidar los espacios comunitarios y de no traspasar los límites cuando son privados.  Son defensores de los animales, del medio ambiente y de sus recursos no renovables, se hacen responsables del manejo de sus  desechos. Son guardianes de sus niños y cuidadores de sus adultos mayores. La lista es interminable y se resume en lo que siempre hemos hablado: son ciudadanos educados, formados para ser responsables y compromisarios del desarrollo social de sus comunidades.

Y cuando hablo de educación y formación, no solo hablo del proceso escolar y que sin dudas es de calidad y fundamental. Hablo de esa educación de hogar, de ese legado que vamos aprendiendo de nuestros abuelos, nuestros padres, hablo de ese que entorno comunitario en el que crecemos; es ese espacio que refuerza lo que aprendes en el hogar y que se perfecciona con el tiempo.

La educación por donde se le mire es y seguirá siendo la mejor forma de invertir en las generaciones presentes y futuras; y ante tanta evidencia se me hace incomprensible que sigamos como Estado, como nación, desarrollando un proceso educativo tan limitado para nuestros estudiantes, equipos docentes y para con todo el equipo multidisciplinario que forma la escuela.