La intencionalidad es lo que marca la diferencia entre el juego per se y el aprendizaje.

No existen diferencias entre jugar y aprender. Cualquier actividad o instancia que nos presenten exigencias de conocimiento o de adaptación puede ser considerada como una oportunidad educativa. Los juegos no constituyen únicamente un medio de entretenimiento y diversión; regulan actitudes y formas de comportamiento, y esto para los que educamos día a día en nuestras escuelas y en comunidades, es algo de relevancia. El aprendizaje lúdico se convierte inmediatamente en un proceso socioeducativo mucho más interesante que los convencionales o institucionalizados cuando integran la creatividad, la innovación, la simpleza, y por eso en esta Navidad no hay mejor escenario posible que divertirnos regalando lo esencial.

Los niños de esta generación han crecido en una época de abundancia y acceso a servicios como ninguna otra. Son los hijos de la globalización, del acceso ilimitado a la información, de la inmediatez, de lo desechable, de la medicación, de la ausencia de reglas, de las redes sociales, de la virtualidad, del consumismo desmedido y de la soledad. Tienen todo y al mismo tiempo tienen nada y lo que menos tienen es tiempo. No me refiero a tiempo de calidad, me refiero al tiempo real. Vivimos para trabajar, nuestro tiempo es la moneda de cambio en toda esta situación. No tenemos tiempo y nos consolamos dando bienes y acceso a lo que desean; lo permitimos todo, por culpa, por desinterés, por el tiempo mismo, por ese que no tenemos.

Nuestros niños pasan la mayor parte del tiempo solos, sin guía y sin contención alguna. A quienes llaman amigos pueden vivir a cientos de miles de kilómetros  o estar a un par de cuadras de distancia y en muchas ocasiones, no podrían reconocerse; sus rostros, sus nombres verdaderos o sus voces son todo un enigma; prefieren crear una versión de sí mismos que les permitan ser aceptados en un mundo donde nadie se acepta realmente y una vez regresan a la realidad necesitan escapar nuevamente de ella porque está plagada de violencia, de acoso, de abuso en todas sus formas y de mucha frustración.

No nos sobra tiempo y el que se pierde no lo vamos a recuperar; lamentarnos por ello solo una excusa para justificarnos y reconocer lo mal que lo hicimos; pero paradójicamente siempre hay tiempo, nunca es tan tarde.

En estas fechas en que todo nuestro mundo laboral se ralentiza por las fiestas, le invito a que dejemos un poco de lado el celular, las obligaciones, las preocupaciones laborales y pongamos nuestra atención en lo importante. Cuesta, pero es posible y les prometo que es demasiado entretenido. Una noche de películas, ir al parque y mirar el cielo tratando de dar formas a las nubes, intentar una receta de cocina, jugar a las cartas, aprender un nuevo baile o bien enseñarles nuestros juegos de niñez, la lista es interminable y estos regalos hacen bien al alma, son simples y no necesitan grandes recursos o mejor dicho, necesita el recurso más grande de todos; nuestro tiempo.