Si por alguna razón estás leyendo esta columna y no conoces la “UASD” debes ponerlo entre tus pendientes; no puedes morir- o seguir viviendo- sin pisar su campus. La UASD es más que una universidad. Es un espacio de hermandad, de aventuras, de sueños, de mucha valentía y también de muchas injusticias.
Nos graduamos de nuestras carreras, pero también de la vida.
Ante las carencias aprendimos a solidarizar, a cuidarnos, a sobrevivir. Frente a la historia de los que ya no están aprendimos de justicia, de libertad, de lucha, de honra, de memoria.
En sus aulas se respira un aire difícil de igualar. Cada uno de sus rincones recoge la historia, el dolor, el corazón de un país; esa historia que no podemos olvidar porque no debemos repetirla.
Muchas cosas han cambiado para bien. Otras más debieron haberlo hecho pero muy a pesar de ello la UASD es identidad, es orgullo, es reivindicación, es nuestra casa, es parte fundamental del desarrollo de nuestro país y es la vía más clara que tendrán nuestros jóvenes aprenderán que es justicia social para ellos y para quienes vienen.
Agarras fuerzas del pavimento ensangrentado. Desafías el status quo, encuentras eso en sus paredes, apoyo en tus compañeros y aliento en el recuerdo de los que no conociste pero que se atrevieron a alzar la voz por ti, por todos. Eso tiene la UASD, no importa tu apellido, tu condición social, económica o tus intereses personales; tus planes cambian ligeramente, allí acabas de entender que estudiar y no denunciar que la torta está mal repartida es incompatible. Sabes que tienes que hacer algo por cambiarlo y que no tienes que pagar con tu vida por ello como lo hicieron Sagrario, Amín, Narcisazo y tantos otros que con gallardía sin igual defendieron nuestra Alma Mater.
Ustedes nos dolerán por siempre, gracias por creer y dejarnos el legado de una universidad del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
Si estudiaste es la UASD sabes de qué hablo y entiendes porque, muy a pesar de todo y de todos soy una orgullosa Uasdiana.