No podemos comenzar este nuevo escrito sin dejar algo en claro: El matrimonio infantil forzado es real, existe, es peligroso y nos hace mal como sociedad.

Ya sea por verlo como una oportunidad para salir de la pobreza, la solución a un embarazado no deseado, por escapar de una vida familiar tormentosa y llena de violencia o como la expectativa de una vida adulta, nuestras niñas corren peligro cada vez que son forzadas a contraer involuntariamente matrimonio con un adulto.

El 59 % de las niñas y adolescentes más pobres se casa o se une antes de los 18 años y el 23 % antes de los 15. El 12 % de las bodas o uniones que se registran en el país la novia tiene menos de 15 años, y es una cifra que duplica la media de América Latina (5 %), según datos de Unicef. Somos líderes mundiales en permitir que impunemente esta grave forma de violencia de genero persista.

Estas cifras no son meros números, significan embarazos precoces, muertes maternas, violencia sexual, económica y psicológica, postergación o abandono de estudios y en el mejor de los casos un empleo mal remunerado; es la tormenta perfecta para perpetuar la pobreza; y con el paso de esa tormenta solo encontraremos un proyecto de vida truncado.

Nuestros legisladores finalmente han demostrado voluntad política y están tomando cartas sobre el asunto. El Senado de la República aprobó este lunes en segunda lectura, y con modificaciones, el proyecto de ley que introduce modificaciones en el Código Civil para la su eliminación. Por lo que estamos finalmente a un paso de que el matrimonio infantil esté prohibido, pero después ¿qué?

Para lograr el éxito en el contexto de una realidad tan compleja como esta no solo basta con el abordaje legal, que sin dudas es muy valioso, trascendental y era una deuda moral. Ahora, desde el el Sistema de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, debemos articular las acciones con todos los estamentos del Estado y la sociedad civil; urge una estrategia de trabajo focalizado e intersectorial para que el cambio cultural profundo que necesitamos -especialmente en nuestras comunidades más empobrecidas- logre transformar la percepción acerca del matrimonio infantil, que aborde los enfoques y creencias para una nueva masculinidad, y por supuesto, necesitamos educación integral de calidad, que contemple educación sexual y el desarrollo de habilidades para la vida, que permita a nuestra nuestras niñas y adolescentes un crecimiento pleno.

Se lee lejano, es seguro que tomará tiempo, pero hay que hacerlo; solo así seremos capaces de asegurarles a ellas un entorno legal e institucional que las proteja, y sin duda alguna, niñas, no esposas, será el mejor regalo de navidad que podamos imaginar. Es el verdadero milagro de navidad.