Remitente

Doña Salomé Ureña de Henríquez

Santo Domingo, 22 abril de 1874

 

Mi muy estimada y fiel amiga.

Con placer y regocijo he podido enterarme de las novedades de tus pasos. No sabes las ganas enormes que tengo de celebrar contigo tantos logros, tantos cambios, tanto avance.

Sé que no ha sido fácil el camino, no tienes que decirlo, lo viví en carne propia. Vivir y sobrevivir, como lo hice, en mis tiempos, ha sido una de las batallas más duras que he tenido que enfrentar. No ha sido una carga, tú lo sabes bien, siento a estas alturas que ha sido el motor que me permitió hacer zarpar este barco que tú ahora timoneas.

Nuestra inferioridad intelectual -determinada por nuestro sexo- nos cerró muchas puertas. Como mucho se nos permitía leer los evangelios. Nuestra misión era solo una y estaba destinada a lo privado, a las labores domésticas, al cuidado de la familia, de los padres. Siempre invisibles, olvidadas, grises, llenas de dudas, de anhelos, de sueños.

Fui una privilegiada, al igual que tú. Tuvimos la fortuna de poder pasar nuestras tardes a la luz de las velas y leer durante horas los libros de nuestros padres. Somos el producto del autodidactismo, con sus luces y sombras, pero por sobre todo, somos la muestra viviente de que la escuela tenía que llegar a todas, cuantas más mejor.

Quién diría que tu estudiarías con tanta libertad, que instruirías a otras lejos de las supersticiones, del dogmatismo y que además lo harías en una escuela bautizada humildemente con mi nombre. Que serías la ministra de educación del país, presidente de un partido político – la primera de toda Latinoamérica-, que inspirarías a tantas generaciones y a mí, tu vieja amiga.

Mi adorada Yvelise este es un sueño del que quiero despertar pero solo para andar ese sagrado camino a la escuela y llenar mis uñas de tiza, pero a tu lado, aunando fuerzas; pues hoy, tu propio camino da sentido al  “Hágase luz en la tiniebla oscura que al femenil espíritu rodea”.

El peso de las tradiciones y de la época nos fueron leves. Tu una madre soltera de cinco hijos que a pesar de las precariedades y los golpes de la vida nunca dejó de lado su verdadera y única vocación, la de educar y yo, que tuve que enfrentarme a poderosos interés que consideraban espantoso, impúdico y decadente que las mujeres se educaran.

No fue fácil, aún no lo es y temo que seguirán apareciendo entre las tinieblas nuevas contrariedades; pero por favor no desmayes, que yo no lo hice y espero que tus discípulas tampoco lo hagan; en nosotras esta la esperanza de un futuro mejor y más justo para todas.