Estimada Ercilia
Finalmente te conocí. Coincidir contigo me encuentra satisfecha y tranquila, me he preparado para este momento con mucha parsimonia y fluidez.
Es difícil explicar esta sensación. Conocerte de esta manera tan etérea pero tan real como en mis sueños es sin duda la forma más sublime de terminar mis días en el patio de la escuela y trasladarme quien sabe a dónde.
Me sé digna de tu simpatía, esta es una de las aspiraciones y las certezas que da paz a mi alma –si eso existe- y es que agradezco ver como el tiempo ha jugado a mi favor, a 40 años de este sueño al que llamé Escuela Nueva he logrado todo lo que quería, todo lo que hubiese querido mostrarte “que es posible construir un modelo educativo fundamentado en valores y principios éticos, capaz de ser perenne en la vida de cada alumno y alumna”.
He seguido tus pasos con discreción y admiración, he tratado de emularte, y que no se interprete poca originalidad- nada más lejos de aquello- pero ser discípula tuya requiere esfuerzo a tiempo completo, total foco. Ambas maestras de vocación y poder concretarlo siendo aún unas niñas es más que una mera coincidencia. Innovadoras en las formas de educar, feministas de palabra y acción era el destino seguro que nos forjamos a punta de romper esquemas, de no estar conformes.
Nunca será suficiente y por eso elevo mi queja hacia el firmamento y al mismo tiempo me siento agradecida de haber podido influir -como lo hiciste tu- en tantas generaciones de señoritas y Yo con la certeza de que mis “sobrinos” seguirán siendo fieles a sí mismos, hombres y mujeres formados con pensamiento crítico, justos, creativos, prolijos en cada proyecto, por simple que fuese, sensibles, defensores de las más nobles causas, de la necesidad y la importancia de hacer comunidad.
Por eso -a pesar de que suene contradictorio- he de confesar que me voy en paz, no ha sido en vano este esfuerzo. He podido ver crecer de cerca a esos hombres y mujeres, acompañarles incluso en su vida adulta y el orgullo hincha mi pecho. Soy dichosa a través de ellos.
Si alguna vez olvidé la emoción de guiar las manos de tantos al escribir sus primeras palabras eso no volverá a pasar. Hoy y gracias a la fragilidad que invade mi cuerpo, pude recordarlo mientras una de ellas redactaba esta carta en mi nombre.