Los escenarios sociales actuales demandan cada vez más, procesos socioeducativos de mayor equidad y calidad, lo que coloca el vínculo de la escuela- familia como un binomio clave en los aprendizajes de nuestros niños, niñas y jóvenes. La participación de los padres, madres y tutores en la educación de sus hijos e hijas, es fundamental para garantizar aprendizajes, mejorar las relaciones al interior de las escuelas, en general, mejorar la educación.

Tradicionalmente las mejoras educativas centran su atención en el rol de los y las docentes y la responsabilidad de los equipos de gestión al interior de los centros educativos, y pese a que este enfoque es correcto, es miope, ya que la educación de nuestros ciudadanos y ciudadanas, implica una mirada más amplia, lo que hace relevante el rol que juegan los hogares en el desarrollo integral de los niños y niñas. En estos nuevos contextos de vulnerabilidad social, es oportuno generar iniciativas socioeducativas que motiven a los padres, madres y tutores a involucrarse activamente en el quehacer escolar, contribuir al mejoramiento de la convivencia escolar y apoyar pedagógicamente los procesos realizados en las aulas.

Laureau (2,000), plantea que la lógica de la escuela y la familia como instituciones, son de naturalezas distintas, lo que genera tensiones en el espacio en que ambas dialogan: La escuela. Tirantez que está mediada por las distintas percepciones, creencias, expectativas y aspiraciones de los padres acerca de la alianza familia-escuela y viceversa. No obstante, en el proceso socioeducativo de todo estudiante este vínculo es fundamental y complementario, la educación en valores y en las normas sociales comienza en el hogar y la formación en competencias fundamentales en el espacio escolar.

No obstante, ambos ambitos- escuela-familia- se perciben significativamente diferentes desde sus propias realidades. Es complejo para la familia intentar tener la validación del profesorado cuando no son tan participativos como otros padres o cuando sus hijos necesitan mayor contención emocional, especialmente cuando esto afecta la dinámica del aula.  Otros estudios, arrojan datos sobre el desarrollo de las competencias socioemocionales, indicando que las mismas, están intrínsecamente relacionadas a los modelos familiares y atribuyendo un mejor rendimiento a aquellos estudiantes que pertenecen a familias más estables y “bien” constituidas (Pizarro, 2011).

¿Pero qué ha sucedido? si pese a toda evidencia, con el devenir de los cambios sociales y culturales, las familias y la escuela se distancia cada vez más.

A principios del siglo XX la labor pedagógica fue haciéndose cada vez más compleja, las metodologías, los contenidos y enfoques que se implementan alejan a los padres y madres del quehacer escolar; este quiebre en la comprensión de lo que ocurre en las aulas fue sistemáticamente tomando cuerpo y profundizándose.

Hoy por hoy hemos vuelto relevante la responsabilidad que juegan las familias en la educación de sus hijos e hijas y la corresponsabilidad con la escuela.

Restablecer y fortalecer los vínculos de las familias y las escuelas, es uno de esos casos excepcionales en los que como sociedad deberíamos detenernos y mirar en retrospectiva. Retomando, sin dejar de lado o restar importancia a la necesaria especialización de los docentes, esa relación tan natural que no solo existía con a la familia, sino con los adultos mayores, la tierra, los ciclos naturales de la comunidad. Esa es una materia pendiente y nuestro eslabón perdido.