No hay espacio, público o privado, en donde no se haya tratado de invisibilizar a las mujeres y sus aportes. Esta mezquina y frenética carrera por borrar del mapa de la historia cualquier atisbo femenino ha tenido lugar inclusive en las empresas más nobles.
En momentos de paz, de guerra, de reestructuración y desarrollo, la mujer ha sido una figura fundamental en las grandes transformaciones sociales, políticas, militares y económicas de nuestras naciones, pero, aun así, su rol queda sepultado entre los egos masculinos que escriben la historia a su antojo que de manera táctica y patológica imponen su verdad y en ella no cabemos.
La mujer ha estado más que presente en los momentos más transcendentales de la patria y por ello no ha recibido el reconocimiento – o al menos no en la misma medida que sus compañeros hombres- cuando han sido tan víctimas como heroínas en tiempos de guerra.
Relegadas al mundo domestico se hicieron visibles y necesarias en el mercado laboral justo durante la Primera Guerra Mundial. Esto cambió la perspectiva de todo. Los hombres fueron al frente de guerra y ellas reforzaron las economías regionales; por ejemplo, hasta antes de la guerra solo 9,500 mujeres formaban parte del sector bancario en Europa; una vez estalla la contienda pasaron a ser más de 65,000 mujeres quienes llevaban las riendas del mercado bursátil. Entre Francia y Gran Bretaña más de un millón y medio de mujeres trabajaron en fábricas de armamento haciendo trabajo industrial especializado y no solo labores de aseo o mantenimiento.
Las mujeres no solo han sido cuidadoras durante los grandes momentos bélicos- muy importante labor sin duda- sino que también han sido estrategas, financistas, responsables logísticas, víctimas y combatientes en una misma contienda que se empeña en no solo no reconocerla, sino en convertirlas en un personaje inexistente. Y la gesta de la restauración no fue la excepción.
Estoy segura que, si preguntamos por mujeres como María Catalina Encarnación, Antonia Batista, María Pérez, Águeda Rodríguez Salcedo, María Encarnación Echeverría Vilaseca, Encarnación Mota, la respuesta sería ¿No sé quiénes son y mucho menos sé que hicieron? Les diría que fueron y lo hicieron todo. Entrenaban para combatir, protegían a los perseguidos, hacían grandes recaudaciones para solventar los costos de la contienda, levantaban la moral de sus compañeros y compañeras, hicieron de esta gesta histórica, una lucha necesaria pero también posible, poniendo en riesgo sus vidas, la de sus esposos y la de sus hijos e hijas. Sin el aporte cívico-patriótico de estas y tantas otras mujeres anónimas no habría sido posible concretar la causa restauradora.
La historia es una construcción y al conmemorarse un aniversario más de la contienda restauradora, a nuestras mujeres les debemos no solo ponerlas en el mapa y dar a conocer sus logros y sacrificios, sino honrar la impronta que tantas otras han dejado en la historia haciendo visible su rol, enfrentando cualquier intención que impida a las siguientes generaciones conocer de su valía, entereza y sobre todo su relevancia para la libertad y la democracia dominicana de la que hoy gozamos todos.