Desde antes de la pandemia, en cada solsticio y equinoccio nuestro país celebra “las noches largas de museos”, una actividad donde confluyen las artes en su máxima expresión. Simultáneamente todos los museos abren -gratuitamente- sus puertas desde el alba y hasta la media noche y con ello procuran hacernos disfrutar de una actividad memorable en la que toda la familia aprende y se adentra a las artes, la música y el teatro. Una noche en que puedes caminar al compás de las estaciones y visitar espacios que tradicionalmente cierran sus puertas con el atardecer. De ensueño, ¿no?

Con esta ilusión fui a vivir esta experiencia, pero debo decir que un sabor agridulce perdura en mi paladar. Quisiera pensar que por el confinamiento que trajo la pandemia, como Estado y como ciudadanos responsables olvidamos la importancia de cuidar los espacios públicos. Al visitar algunos museos quedé pasmada de la poca previsión y cuidado que existe en cada galería, la poca supervisión y la facilidad con que los visitantes tocaban y se acercaban a las obras de arte y reliquias históricas de un valor inconmensurable. El desconocimiento es atrevido y hace mucho daño.

Que lamentable que no podamos tener una experiencia agradable como pueden hacerlo otros. Chile, Uruguay, Colombia, México, Costa Rica- por solo mencionar algunos- no solo tienen estas experiencias integradas en los paquetes turísticos, sino que cada vez se abren a nuevos espacios agregando a los recorridos visitas a colecciones privadas de arte, salas de arte de Universidades, salas históricas de empresas privadas con colecciones temáticas o piezas adquiridas por el Estado y alojadas en edificios gubernamentales. Nosotros en cambio al siguiente día, tuvimos que preocuparnos de ¿Qué hacer? con todos los desechos que generaron las personas en el recorrido y que encontraron muy complicado depositarlos en un basurero. Así de triste y desconcertante fue mi experiencia.

Hay tanto que hacer que no sabría por dónde iniciar, pero sin dudas me crea mucha pesadumbre saber que aún nos falta un largo recorrido para poder tener colecciones prestadas de museos importantes o curadores extranjeros haciendo gala de su experticia; porque nuestra atención debe dividirse entre la logística de brindar una experiencia memorable para toda la familia y prepararnos económicamente para recoger la basura que personas que interesadas en la cultura y el arte, dejan por doquier.

Se hace necesario priorizar intervenciones de comunicación, de información, pero por sobre todo de educación que fomenten el cuidado de nuestros recursos históricos y que adviertan de su carácter de perecible si no son tratados adecuadamente. Cuidar de nuestra ciudad, de nuestra memoria histórica, es una responsabilidad colectiva. El legado hace grande a los pueblos. Y yo continúo esperanzada en el aprendizaje y el crecimiento de mis conciudadanos.