“Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria”. Juan Pablo Duarte y Díez.

Cuando los dominicanos pensamos en valores, en dignidad y decoro nos viene sin dudar a la mente la imagen del patricio Juan Pablo Duarte;, quien inspiró – y lo sigue haciendo- a toda una nación al sembrar las bases de nuestra dominicanidad. Lo que diríamos hoy, un verdadero influencer.

En una época donde ser joven y tener ideales era peligroso, más aún cuando públicamente ponías tu vida a disposición por lo que creías y trabajabas; defender los intereses más nobles de tu pueblo. Hablar de Duarte no es hablar de simbolismos, es hablar de acción, de compromiso y entrega absoluta a una causa, a un sentir y todo por nuestra identidad e independencia.

Pero qué complejo resulta hoy en día definir la identidad dominicana. El relato histórico hace de esta tarea un verdadero dilema. En el Caribe, la política, la historia, la demografía, la economía y la cultura de manera conjunta han dificultado un consenso único sobre nuestra propia identidad. Un fenómeno que se complejizó cuando las sociedades caribeñas se criollizaron y se hizo mayoritariamente negra y mulata, lo que descomponía y desmentía las propuestas identitarias de las élites en su intento por marcar las diferencias con los otros.

Al día de hoy podrían coexistir dos grandes relatos de la dominicanidad que pueden identificarse rápidamente; el primero como nacionalismo de raigambre colonial y el segundo como nacionalismo popular, este último vinculado a las nociones de clase y negritud; ambos discursos comparten la búsqueda de una esencia y sus resortes en la nación dominicana (nación moderna), cuestión que obstaculiza un marco intercultural y una comprensión actualizada de la configuración de las identidades propias.

Sin embargo, el imaginario social se vio paulatinamente desconfigurado posterior al ajusticiamiento del tirano; los marcos monoculturales impuestos por el dominio histórico de las élites cesaron y encontraron voces disidentes, en particular la de F. Franco en “Los negros, los mulatos y la nación dominicana” y Hugo. T. Dipp “Raza en la historia de Santo Domingo” ambos estudios representan un primer desmonte del discurso de la dictadura desde la historiografía; sin dejar de lado otros trabajos como los de June Rosenberg (1979), Martha E. Davis (1983), Fennema y Loewenthal (1987). Literatura obligada en tiempos de likes, videos y telerrealidad.

Hoy nuestros jóvenes están en un proceso complejo de construcción de su propia subjetividad y lo están haciendo con un click como fusil. Estemos atentos.