El COVID-19 ha desafiado al sistema socioeconómico mundial. No hay aspecto de nuestras vidas que no haya sido afectado por la pandemia y que no haya desvelado o agravado aspectos tan transcendentales como la educación y sus esquemas operativos. Nuestro país, a la vanguardia en muchos aspectos no logró- a pesar de que ya sabía que era crucial antes de la pandemia- la digitalización de su educación y hoy ese rezago nos pasa la cuenta.
Educar, como ejercicio y vocación, cambió. Hay un antes y después del Covid-19 y ni hablar del impacto que ha tenido en el proceso de aprendizaje. No tuvimos otra opción, si queríamos mantener el aislamiento como medida de prevención al contagio necesitábamos asumir, gestionar, enseñar, facilitar y aprender de manera virtual; lo “online” era la opción para continuar y no estábamos – y no estamos- preparados.
Por más de dos décadas, hemos sabido que el aprendizaje tecnológico era necesario y si queríamos tener a niñas y niños listos para insertarse en un mundo cada vez más demandante, capaces -en su vida adulta- de enfrentar los desafíos de una economía globalizada y digital necesitaban una infraestructura basal, una estructura digital que hoy no tenemos ni siquiera para mantener su ritmo escolar, mucho menos para insertarlos en un mundo laboral competitivo.
El ecosistema digital de la región está a un nivel intermedio. Estudios de la CEPAL indican que un índice de 49.925 (en una escala de 0 a 100), la región está en una posición más avanzada respecto a África (35.05) y Asia Pacífico (49.16), países tremendamente desiguales y con economías emergentes en estado primario; y al mismo tiempo somos unas de las regiones que menos desarrollo anual alcanza en las mejoras digitales. En resumen, el esfuerzo para revertir esta situación puede ser mucho más y mejor.
Facilitar el encuentro entre alumnos y profesores de manera telemática no ha sido algo sencillo. Nuestro país tiene más de 20 años invirtiendo fallidamente en estrategias fraccionadas. La falta de continuidad del Estado, la corta visión de las autoridades educativas y los matices políticos partidarios han socavado una ruta de actuación que ha debido ser integral, multisectorial y dimensional, que ha debido ser pensada en el largo plazo y en etapas claramente definidas.
Porque nuestro país, nuestro sistema educativo, no solo necesita formación en habilidades digitales para los docentes y alumnos o equipos mínimamente actualizados para las y los estudiantes, necesita plataformas que permitan el acceso a aulas virtuales, materiales y recursos educativos y de enseñanza en formato de texto y audiovisual diseñados y creados para la virtualidad; amerita que aún en la distancia se contemple un enfoque inclusivo para aquellas personas con necesidades educativas especiales, requiere asegurar la seguridad e integridad psicología de nuestros estudiantes y garantizar la conectividad a un costo adecuado para todos, así como la disponibilidad de energía eléctrica de calidad.
Sin estos elementos, sin un enfoque multidimensional, la educación a distancia se vuelve injusta. Y como país no podemos, bajo ningún pretexto, romper el compromiso de no dejar a nadie atrás. Hay que hacer lo que se tenga que hacer para que este principio tan noble no se banalice y encuentre autoridades -de todos los gobiernos- sensibles, capaces de ponerse de acuerdo para emprender una ruta sistemática, coherente y holística, que garantice educación para todos. A estas altura de la historia, necesitamos que nuestros decisores se pongan los pantalones largos.
Ya no hay excusas válidas cuando uno de nuestros niños no puede continuar sus estudios. La Patria muere cuando ellos no “entran a clases” en todas sus formas, en cualquier tiempo.